martes, 14 de agosto de 2007

La esfinge impenetrable (25.04.07)

No pasaba un día sin permanecer en el rincón alejada del resto de las mujeres. Yo diría que aunque observaba nuestros pasos no nos veía. Ahora sé que la indiferencia, esa indiferencia que te corroe cerrando puertas, ventanas, trincando picaportes y aldabas, la capturaban como una cámara captura la imagen sólo que ella no era una foto, estaba allí, con la espalda echada sobre el muro y la pierna doblada, apoyando el pie en la pared para no perder el equilibrio. Un equilibrio roto desde hace mucho tiempo y que todas intentamos (de una forma u otra) restablecer creyendo que no nos perdemos en el intento.

Yo me acerqué cuidadosamente temerosa de que sus brazos cruzados con porte de esfinge impenetrable se rompiese por su excesiva delgadez. En el patio abundaban los corrillos bajo un cielo anubarrado. No sabría decir la edad, pero eran jóvenes, muy jóvenes que deambulaban en grupo buscando, pero ella permanecías en el rincón, y a veces la veía gritar y tirarse de los pelos para luego volver a su porte original. A fuerza de mirarla un día tras otro, creí conocerla. ¡Qué idiota! porque de la misma forma que en la distancia somos borrones o tenemos el rostro que quieran colocarnos, a medida que me acercaba fui descubriendo sus cabellos quebradizos y esa piel, que aún verde, parecía haber vivido mil años de experiencias nada agradables.

- ¿Qué quiere? - Preguntó con aire bravucón - no te compro ná, ¿te entera? ¡Anda! Ya puede largarte por donde ha venio, y lleva tu carga a otra que no te conoca.

Me estire retrasando el paso para que me oyera:
- ¡Estúpida mocosa! ¿Acaso llevo un cartelito en la frente que diga: “katya está aquí por Mula”?.... Ya, ya me necesitaras, y entonces…

Esas fueron mis primeras palabras con la Curra que a ojos de buen cubero, ahora se me antojan retadoras, nada más lejos de mi intención, porque su coraje fanfarrón marcando el límite de su territorio me resultó inquietante, despertando desde el primer momento ese interés misterioso de lo desconocido, del secreto latente que se escapa sin ser descubierto como un vaho humedecido de angustia, y aunque la miré de reojos, sé que ella intuyó los mismo, o al menos eso quise creer. Desde luego, nunca se me hubiera ocurrido ir de salvadora por el patio, yo… acabada de llegar... Simplemente deseaba matar el tiempo con un poco de conversación. Pero no me hicieron falta ni dos semanas viéndola allí en el rincón, para darme cuenta que era innecesario cualquier letrero en la frente, porque exceptuado un número reducido, la mayoría estábamos por el mismo delito, comprendiendo así, qué si la historia de las mujeres condenadas por envenenar a los maridos, los hijos o a otras personas eran obsoletas, lo que si era cierto es que por los mismos delitos de tráfico de estupefacientes, y contra la salud pública, las penas, por el hecho de ser mujeres, superan con creces a las del resto de los presos.

Si fuera se tiene tiempo para pensar, aquí, el pensamiento es puro tiempo y tumbada en la cama de la celda intenté descifrar su palabras… los mohines de su rostro..., los dientes cariados… la dejadez de su cuerpo… y reacia a cualquier juicio irreflexivo me prometí a mi misma descubrir el secreto que guardaba bajo aquel aire de suficiencia.

- ¿Quién sabe? -me diría un día- lo mismo el primer caballo que cayó en mis manos o en las de algunas de las que hoy están con nosotras, eran de tu carga.

Hoy sabiendo lo que sé, yo no quiero pensar eso, porque ¿acaso fui culpable de todas sus desdichas?

©katya


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