jueves, 28 de junio de 2007

Las pequeñas cosas (20.04.06)

Siendo consciente de la existencia de cosas que pertenecen a la intimidad más íntima debería callarlas, bueno eso de que debería callarlas es un decir, verdaderamente tengo dos intimidades inseparables, la nuestra y la mía. Me di cuenta anoche rascándome la espalda con el marco de la puerta igual qué mi abuelo, mi madre, o mis hermanos ¿Será genético o imitación (cómo los monos)? ¡Nadie mejor que tú me rasca las espaldas! Probablemente te lo diga a los ojos este sábado. Ven puntual con los niños qué aunque llueva, tendremos seis horas para nosotros como aquel día que llevabas los zapatos huérfanos de cordones, tú me pasaste la mano por la espalda y yo te dije: rasca, rasca, levantaste mi jerséis y me dejaste atontada mirar a los niños agitarse “ahora a mí” decían.

Últimamente la carcelera me facilita todo lo que le pido para el aseo, es nueva y me aprovecho de su voluntariedad, eso no quita que hoy me haya cortado con los dientes las uñas de los pies por no pedirle corta-úñas, porque a cambio, siempre me entregan tijeras de papel ¡tan gruesas!, con la qué he de hacer más filigranas qué doblando el esqueleto con la dentadura abierta buscando el dedo gordo del pie qué acerco fuertemente con las manos. Y es que, aquí todo es incierto, inusual; despertado el instinto de supervivencia a veces, hasta hurgarse la nariz por las noches y a escondidas es más placentero.

Ah! El valor de las pequeñas cosas cotidianas e imperceptibles transformadas en universo de lujo aquí dentro… La ducha..., hablar por teléfono..., el asfalto de la calle..., besar a los niños por la noche..., una cerveza en cualquier bar. …y tú. Sobre todo tú… como siempre, tan intuitivo. Ya, ya me lo advertías… pero no puedo quejarme porque cómo decía Confucio, no son las malas hierbas las que ahogan la semilla buena, sino la dejadez del campesino.

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