miércoles, 11 de junio de 2008

El hombre está condenado a ser libre (31/05/06)

Seguro que sin el invento del ascensor, las ciudades ,ahora tendrían un aspecto diferentes. No digo ni mejor ni peor, sólo eso, diferentes. Y haciendo un derroche de imaginación uno puede conjeturar cual sería tal aspecto, pero lo que es evidente es que por mucha imaginación que le pongamos, hay asuntos que se mantienen, como si de una máquina programada para repetir esquemas, embrujara a toda la humanidad con un pensamiento colectivo, impidiendo imaginar un concepto de mundo basado en la libertad y la equidad, a pesar de que, como decía Jean Paul Sastre “el hombre está condenado a ser libre”; condena por supuesto que, en muchísimos casos, se cumple de la forma más costosa: la muerte de esos idealistas, e incluso de civilizaciones completas a favor de una justicia y un desarrollo, entre comillas, o, “por el falso bien de la humanidad”.


Así lo mandan los cánones de quienes mueven los hilos del mundo, que para imponer su dominio, han utilizado ( y utilizan) a lo largo de la historia , desde las formas más sutiles y psicológicas hasta los crímenes más sanguinarios (hoy aún impunes) para eliminar todo rastro de solidaridad e ideales que entorpezcan su potestad, porque ellos son los llamados, los elegidos, los salvadores que no tienen fronteras pero imponen las fronteras, que defienden la paz haciendo guerras, que se manifiestan contra el sectarismo de forma sectaria, y abogan por la libertad de religión imponiendo su religión como única y verdadera. Es decir a los proscritos, carroñas infames y repugnante que piensa y se multiplican por nuestras calles, hay que cortarles la lengua o llenarles de serrín la cabeza, porque la globalización del pensamiento es perversa y atenta contra todo interés de la globalización económica.


Así nos encontramos que los poseedores de riquezas se asientan en cualquier país del mundo sin ser vilipendiado, ofendido ni ultrajado, en cambio, está difundida la idea de que los que vienen con las manos vacías, esos son los que desestabilizan la paz, roban el trabajo y son la fuente de todos los males habidos y por haber, y de la misma forma que el aspecto de las ciudades hubieran sido diferentes sin ascensores, de la misma forma no interesa que dejen al descubierto la pobreza global frente a los pingues beneficios.


La historia escrita ha de estar basada en los poderosos, sobre todo dejar bien asentada la dicotomía “siempre habrá ricos y pobres”, de tal forma que se halle tan arraigada en el pensamiento colectivo que engendre impotencia, y ese “tú a lo tuyo” y el “sálvese quien pueda” tiene que seguir siendo motor de miedos y de corrientes individualistas que conviertan a la literatura en terrorista, a los emigrantes y exiliados en apestados derrochadores de reyertas, y a los jóvenes en insensatos que no saben aprovechar oportunidades.


Pero los cánones de quienes mueven los hilos del mundo olvidan que, aunque quieran hacernos su lavado de ideas, aunque la lengua esté muda y el cuerpo obedezca órdenes, aunque la cárcel sea eterna y el hambre mate, o, la hipocresía se disfrace de bondad, nadie, absolutamente nadie puede impedir que igual que la llegada del ascensor cambió el aspecto de las ciudades, el pensamiento globalizado, del hombre moderno, siga distinguiendo la justicia de las injusticias.
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