martes, 3 de junio de 2008

La escuela (9/05/06)

Desde las ocho de la mañana que nos despiertan con la sirena por los altavoces, hasta de la noche, el día se me convierte en la gran loza infecunda que retrocede mis conocimientos, e ilusiones, y me arroja a un pantano fangoso quedando convertida en una piltrafa asesina de tiempo, y corre el veneno por mis venas desnucando horas, minutos, segundo, en una escuela donde la única reinserción es la reclusión en las celda, el magnífico Oro en polvo que vende la Chichi, los manoseos y magreos del cocinero, o los insuficientes dosis de metadona.
Desde los cabos sueltos de la muerte extraña de la Curra mi cuota de insensatez ha ido creciendo hasta tal punto, que sólo vegeto y tendida busco, en el techo de la celda, los motivos o las causas de su… ¿suicidio? Y es que el eco de sus palabras atropelladas se me vienen como jirones, no para remendar el pasado, sino como un secreto, donde quiero intuir el enigma de su muerte:
- La vida no es una mierda para las que nacen en palacios encantados. - me dijo - Yo nací desencantada… Un día maldito espolvoree las sombra, y cada grano de oro molido me empinó al mundo mágico que se derrumbaba apresuradamente, dejándome esa fatiga asquerosa de la realidad, de la euforia ida… ¿Tú sabes lo que es eso katya?... ¿Cómo puedo olvidar los palacios encantados’... El cocinero me magrea las tetas y me mete la mano por el coño… me asquea acostarme con la Chichi… Estoy harta ¡Sabes? ¡harta! Por eso voy todas las mañanas por mi dosis de metadona. Qué maravilloso sería que al salir de aquí recuperara mi chabola con las calles embarradas. Volver a sentir hambre, frío, enamorarme, tener hijos… escuchar el canto de los pájaros o sentir la lluvia en la cara, trabajar… Estar viva ¡Viva katya! ¡VIVA!...No se si alguna vez llegaré a sentir que las úlceras de mi nariz dejan de dolerme.
Lágrimas que me llegaron, margaritas tristes deshojadas con delirios y permisos para seguir viviendo que aún palpitan en el aire, precisamente ese mismo día fue cuando la Curra se enfrento en el patio a la Chichi. Recuerdo mi avalancha de sentimientos contradictorios, lo mismo me enardecía viéndola así, valiente y desafiando a la Chichi, qué un repeluco me bajaba desde la nuca hasta las uñas de los pies dejándome ese miedo a las consecuencias imprevisibles.
Y la Curra ya jamás hablara conmigo, jamás ira por su metadona, pero el cascabeleo de los pasos de la Chichi sigue arrastrándose por el patio a modo de serpiente, de genoma programado repartiendo terrones de azúcar, a cambio de cuatro monedas o momentos de lujurias.

©katya

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